La erosión de las fuentes de sentido

Se ha dicho, con verdad, que el ser humano está devorado por dos hambres: de pan y de espiritualidad. El hambre de pan es saciable. El hambre de espiritualidad, sin embargo, es insaciable. Está hecha de valores intangibles y no materiales como la comunión, la solidaridad, el amor, la compasión, la apertura a todo lo que es digno y santo, el diálogo y la oración al Creador

Estos valores, secretamente ambicionados por los seres humanos, no conocen límites en su crecimiento. Hay un anhelo infinito que late dentro de nosotros. Sólo un infinito real nos puede dar descanso. Centrarse excesivamente en la acumulación y el disfrute de bienes materiales acaba produciendo gran vacío y decepción. Fue la conclusión a la que llegaron unos analistas de la Universidad de Lausana. Algo dentro de nosotros clama por algo más grande y más humanizador.

En esta dimensión se plantea la cuestión del sentido de la vida. Es una necesidad humana encontrar un sentido coherente. El vacío y el absurdo producen ansiedad y sentimientos de soledad y desarraigo. Ahora bien, la sociedad industrial y consumista, montada sobre la razón funcional, coloca en el centro al individuo y sus intereses particulares. Con esto, ha fragmentado la realidad, ha disuelto todo canon social, ha carnavalizado las cosas más sagradas y ha tomado a broma las convicciones ancestrales, llamadas “grandes relatos”, considerándolas metafísicas esencialistas, propias de las sociedades de otros tiempos. Ahora funciona el “anything goes” o el “todo vale” de los diversos tipos de racionalidad, posturas y lecturas de la realidad. Se ha creado el relativismo que afirma que nada cuenta definitivamente.

Esto ha sido llamado posmodernidad que para mí representa la fase más avanzada y decadente de la burguesía mundial. No contenta con destruir el presente, quiere destruir también el futuro. Se caracteriza por una total falta de compromiso con la transformación y por un profesado desinterés por una humanidad mejor. Esta postura se traduce en una ausencia declarada de solidaridad con el trágico destino de millones de personas que luchan por tener una vida mínimamente digna, por poder vivir mejor que los animales, por tener acceso a los bienes culturales que enriquecen su visión del mundo. Ninguna cultura sobrevive sin una relato colectivo que confiera dignidad, cohesión, ánimo y sentido al caminar colectivo de un pueblo. La posmodernidad niega irracionalmente este dato originario.

Sin embargo, en todas partes del mundo, la gente está elaborando sentido para sus vidas y sufrimientos, buscando estrellas-guía que le indiquen un norte y le abran un futuro esperanzador. Podemos vivir sin fe, pero no sin esperanza. Sin ella se está a un paso de la violencia, de la banalización de la muerte y, en última instancia, del suicidio.

Pero las instancias que históricamente representaban la construcción permanente de sentido, han entrado modernamente en erosión. Nadie, ni el Papa ni Su Santidad el Dalai Lama pueden decir con seguridad lo que es bueno o malo en este bloque planetario de la historia humana.

Las filosofías y caminos espirituales respondían a esta demanda fundamental del ser humano. Pero en gran parte se han fosilizado y perdido este impulso creador. Se sofistican sí cada vez más sobre lo ya conocido, repensado y redicho siempre de nuevo, pero desprovistas de coraje para diseñar nuevas visiones, sueños prometedores y utopías movilizadoras. Vivimos un “malestar de la civilización”, similar al del ocaso del Imperio romano, descrito por San Agustín en “La Ciudad de Dios”. Nuestros “dioses”, como los de ellos, ya no son creíbles. Los nuevos “dioses” que están surgiendo no son lo suficientemente fuertes como para ser reconocidos, respetados e ir poco a poco ganando los altares.

Estas crisis se superan sólo cuando se hace una nueva experiencia del Ser esencial de donde deriva una espiritualidad viva. Veamos algunos lugares donde los “nuevos dioses” se anuncian y aparece una nueva percepción del Ser.

Por más críticas que haya que hacerle en su aspecto económico y político, la globalización es ante todo un fenómeno antropológico: la humanidad se descubre como especie, que habita en una sola Casa Común, la Tierra, con un destino común. Tal fenómeno va a exigir una gobernanza global para gestionar los problemas colectivos. Es algo nuevo.

Los Foros Sociales Mundiales, que se empezaron a realizar en el año 2000 en Porto Alegre, Rio Grande del Sur (Brasil), revelan una especial erupción de sentido. Por primera vez en la historia moderna, los pobres del todo el mundo, haciendo contrapunto a las reuniones de los ricos en la ciudad suiza de Davos, lograron acumular tanta fuerza y capacidad de articulación que se encontraron por millares primero en Porto Alegre, y luego en otras ciudades del mundo para presentar sus experiencias de resistencia y liberación, para intercambiar experiencias sobre cómo crear microalternativas al sistema de dominación imperante, y cómo alimentar un sueño colectivo para gritar: otro mundo es posible, otro mundo es necesario. Es algo nuevo.

En las distintas ediciones de los Foros Sociales Mundiales, a nivel regional e internacional, se notan los brotes del nuevo paradigma de la humanidad, capaz de organizar de manera diferente la producción, el consumo, la conservación de la naturaleza y la inclusión de toda la humanidad en un proyecto colectivo que garantice un futuro de esperanza y de vida para todos. De ahí su importancia: del fondo del desamparo humano está emergiendo un humo que remite a un fuego interior de la basura a la que han sido condenadas las grandes mayorías de la humanidad. Este fuego es inextinguible. Él se convertirá en una brasa y una claridad que ilumine un nuevo sentido para la humanidad. Ojalá.

Leonardo Boff, teólogo y filósofo, es autor de Tiempo de trascendencia, Sal Terrae 2002.

L’erosione delle fonti di senso

E’ già stato detto, e a ragione, che l’essere umano è divorato da due tipi di fame: di pane e di spiritualità. La fame di pane è saziabile. La fame di spiritualità, invece, è insaziabile. È fatta di valori impalpabili, e non materiali come la comunione, la solidarietà, l’amore, la compassione, l’apertura verso tutto quello che è degno e sacro, il dialogo e la preghiera al Creatore.

Questi valori sospirati in segreto dagli esseri umani, non conoscono limiti nella loro crescita. C’è una richiesta infinita che sta nascosta dentro di noi. Soltanto un infinito reale può farci riposare. L’eccessiva centralizzazione nell’accumulazione e nello sfruttamento dei beni materiali, finisce per produrre un gran vuoto e una grande delusione. Questo è quanto hanno concluso gli analisti dell’Università di Losanna. Qualcosa in noi richiede gridando qualcosa di più grande e più umanizzante.

È in questa dimensione che si pone la questione del senso della vita. È una necessità umana cercare un senso coerente. Il vuoto e l’assurdo producono angustie e il sentimento di essere soli e sradicati. Ora, la società industriale e consumista, montata sulla ragione funzionale, ha messo al centro l’individuo e i suoi interessi privati. Con ciò, ha frammentato la realtà, ha dissolto qualunque canone sociale, a carnevalizzato le cose più sacre e ironizzato su convinzioni secolari, chiamate “grandi saghe”, considerate metafisiche essenzialiste, proprie di società di altri tempi. Adesso funziona l’«anything goes», il passi per i vari tipi di razionalità, di posture e letture della realtà. Si è creato il relativismo che afferma che niente ha valore definitivamente.

E tutto ciò è stato chiamato post modernità che per me rappresenta la fase più avanzata e decadente della borghesia ricca mondiale. Non soddisfatta di distruggere il presente, vuole distruggere anche il futuro. Essa si caratterizza per un assoluto disimpegno nella trasformazione e per un confessato disinteresse per una umanità migliore. Tale atteggiamento si traduce in una assenza dichiarata di solidarietà per il destino tragico di milioni che lottano per avere una vita minimamente degna, per avere abitazioni migliori di quelle degli animali, per poter accedere ai beni culturali che arricchiscano la loro la visione del mondo. Nessuna cultura sopravvive senza che una saga conferisca dignità, coesione, coraggio e senso alla camminata collettiva di un popolo. La postmodernità nega irrazionalmente questo dato originario.

E invece in qualsiasi parte del mondo, le persone stanno elaborando significati per la loro vita e sofferenza, cercando stelle-guida che le orientino e aprano loro il cammino per un futuro speranzoso. Possiamo vivere senza fede, ma non senza speranza. Senza di lei si sta a un passo dalla violenza, dalla banalizzazione della morte e, al limite, dal suicidio.

Ora, le istanze che storicamente rappresentavano la costruzione permanente di senso, sono entrate modernamente in una fase di erosione. Nessuno, nemmeno il Papa, né Sua Santità il Dalai Lama possono dire sicuramente che cosa è buono o cattivo in questa frazione planetaria della storia umana.

Le filosofie e altri cammini spirituali rispondevano a questa domanda fondamentale dell’umano. Ma esse, in gran parte, si sono fossilizzate e hanno perso l’impulso creatore. Fanno ragionamenti sempre più sofisticati su quello che già si conosce, sempre nuovamente ripensato e ridetto, ma prive del coraggio per progettare nuove visioni, sogni promettenti e utopie mobilizzatrici. Viviamo un “malessere da civiltà”, simile a quello del tramonto dell’impero romano, descritto da Sant’Agostino in “La città di Dio”. I nostri “dei” come i loro ormai non sono più credibili. I nuovi “dei”che stanno spuntando all’orizzonte non sono forti quanto basta per essere riconosciuti, venerati e direttamente guadagnarsi gli altari.

Queste crisi saranno superate soltanto quando si farà una nuova esperienza dell’Essere essenziale da dove ci proviene una spiritualità viva. Vediamo alcuni luoghi dove i “nuovi dei” si annunciano e una nuova percezione dell’Essere compare. Per quanto siano numerose le critiche che le dobbiamo fare nel suo aspetto economico e politico, la globalizzazione è, prima di tutto, un fenomeno antropologico: l’umanità si scopre una specie, che abita l’unica Casa Comune, la Terra, con un destino comune. Tale fenomeno esige una governance globale per gestire i problemi collettivi. È qualcosa di nuovo.

I Fori Sociali Mondiali che dall’anno 2000 hanno cominciato a realizzarsi a partire da Porto Alegre, nel Rio Grande do Sul, rivelano una particolarissima irruzione di senso. Per la prima volta nella storia moderna, i poveri del mondo intero, facendo contrappunto alle riunioni dei ricchi nella città svizzera di Davos, sono riusciti ad accumulare tanta forza e capacità di articolazione che a migliaia hanno finito per incontrarsi prima in Porto Alegre, e in seguito in altre città del mondo, per presentare le loro esperienze di resistenza e di liberazione, per scambiare esperienze su come creano microalternative al sistema di dominazione imperante, come alimentano un sogno collettivo per gridare: un altro mondo è possibile, un altro mondo è necessario. È qualcosa di nuovo.

Nelle varie edizioni dei Forum Sociali Mondiali, ai livelli regionale e internazionale, si notano polloni del nuovo paradigma di umanità, capace di organizzare in forma differente la produzione, il consumo, la preservazione della natura e l’inclusione di tutta l’umanità nel progetto collettivo che garantisca un futuro di vita e di speranza per tutti. Da questo la sua importanza: dal fondo della sprotezione umana sta spuntando un fumo che rimanda a un fuoco interiore della spazzatura al quale sono state condannate le grandi maggioranze dell’umanità. Questo fuoco è inestinguibile. Esso si trasformerà in brace e luce per illuminare un nuovo senso per l’umanità.
Magari! Dio voglia!

*Leonardo Boff è autore di Tempo de trascendência, Vozes, 2010.

Traduzione: Romano Baraglia-romanobaraglia@gmail.com

La Chiesa-instituzione come “casta meretrix”

Chi ha seguito le notizie degli ultimi giorni sugli scandali dentro al Vaticano, portati a conoscenza dai giornali italiani “La Repubblica” e “La Stampa”, che parlano di una relazione di 300 pagine e elaborata da tre cardinali provetti sullo stato della curia vaticana, deve naturalmente, essere rimasto sbalordito. Immagino i nostri fratelli e sorelle devoti, frutto di un tipo di catechesi che celebra il Papa come “il dolce Cristo in Terra”, Devono star soffrendo molto, perché amano il giusto, il vero e il trasparente e mai vorrebbero legare la sua immagine a notorie malefatte di assistenti e cooperatori.

Il contenuto gravissimo di queste relazioni rafforza, a mio parere, la volontà del papa di rinunciare. E’ la riprova di un’atmosfera di promiscuità, di lotta per il potere tra “monsignori”, di una rete di omosessuali gay dentro al Vaticano e disvio di denaro attraverso la banca del Vaticano come se non bastassero i delitti di pedofilia in tante diocesi, delitti che hanno profondamente intaccato il buon nome della Chiesa-istituzione.

Chi conosce un poco la storia della Chiesa – e noi professionisti dell’area dobbiamo studiarla dettagliatamente – non si scandalizza. Ci sono state epoche di vera rovina del Pontificato con Papi adulteri, assassini e trafficanti di immoralità. A partire da Papa Formoso (891-896) sino a Papa Silvestro (999-1003) si instaurò, secondo il grande storico cardinale Baronio, l’ “era pornocratica”dell’alta gerarchia della Chiesa. Pochi papi la passavano liscia senza essere deposti o assassinati. Sergio III (904-911), assassinò i suoi due predecessori, il Papa Cristoforo e Leone V.

La grande rivoluzione nella Chiesa come un tutto è avvenuta, con conseguenze per tutta la storia ulteriore, col papa Gregorio VII, nel 1077. Per difendere i suoi diritti e la libertà della istituzione-Chiesa contro re e principi che la manipolavano, pubblicò un documento che porta questo significativo titolo “Dictatus Papae” che tradotto alla lettera significa “la dittatura del Papa”. Con questo documento, lui assunse tutti poteri, potendo giudicare tutti senza essere giudicato da nessuno. Il grande storico delle idee ecclesiali Jean-Yves Congar, domenicano, la considera la maggior rivoluzione avvenuta nella chiesa. Da una chiesa-comunità è passata a essere una istituzione-società monarchica e assolutista, organizzata in forma piramidale e che arriva fino ai nostri giorni.

Effettivamente il canone 331 dell’attuale Diritto Canonico si connette a questa lettura, con l’attribuzione al Papa di poteri che in verità non spetterebbero a nessun mortale se non al solo Dio: “in virtù del suo Ufficio, il Papa ha il potere ordinario, supremo, pieno, immediato, universale” e in alcuni casi precisi, “infallibile”.

Questo eminente teologo, Congar, prendendo la mia difesa davanti al processo dottrinario mosso dal cardinale Joseph Ratzinger in ragione del libro “Chiesa: carisma e potere” ha scritto un articolo su “La Croix” 08.09.1984) su “Il carisma del potere centrale”. Scrive: “il carisma del potere centrale è non aver nessun dubbio. Ora, non aver nessun dubbio su se stessi è, nello stesso tempo, magnifico e terribile. È magnifico perché il carisma del centro consiste precisamente nel rimanere saldi quando tutto intorno vacilla. E è terribile perché a Roma ci sono uomini che hanno limiti, limiti nella loro intelligenza, limiti del loro vocabolario, limiti delle loro preferenze, limiti nei loro punti di vista”. E io aggiungerei ancora limiti nella loro etica e morale.

Si dice sempre che la Chiesa è “Santa e peccatrice” e deve essere “riformata in continuazione”. Ma questo non è successo durante secoli e neppure dopo l’esplicito suggerimento del concilio Vaticano II e dell’attuale papa Benedetto XVI. L’istituzione più vecchia dell’Occidente ha incorporato privilegi, abitudini, costumi politici di palazzo e principeschi, di resistenza e di opposizione che praticamente impediscono o distorcono tutti i tentativi di riforma.

Solo che questa volta si è arrivati a un punto di altissimo degrado morale, con pratiche persino criminali che non possono più essere negate e che richiedono mutamenti fondamentali nella struttura di governo della Chiesa. Caso contrario, questo tipo di istituzionalità tristemente invecchiata e crepuscolare languirà fino a entrare nel suo tramonto. Scandali come quelli attuali sempre ci sono stati nella curia vaticana, soltanto non c’era quel provvidenziale Vatileaks per renderli di pubblico dominio e far indignare il Papa e la maggioranza dei cristiani.

La mia percezione del mondo mi dice che queste perversità nello spazio sacro e nel centro di riferimento di tutta la cristianità – il papato – (dove dovrebbe primeggiare la virtù e persino la santità) sono conseguenze di questa centralizzazione assolutista del potere papale. Questo rende tutti vassalli, sottomessi e avidi perché stanno fisicamente vicino al portatore del supremo potere, il Papa. Un potere assoluto, per sua natura, limita e perfino nega la libertà degli altri, favorisce la creazione di gruppi di anti-potere, fazioni di burocrati del sacro contro altre, pratica largamente la simonia che è compravendita di favori, promuove adulazioni e distrugge i meccanismi di trasparenza. In fondo tutti diffidano di tutti. E ognuno cerca la soddisfazione personale nella forma migliore che può. Per questo è sempre stata problematica l’osservanza del celibato all’interno della curia vaticana, come si sta rivelando adesso con l’esistenza di una vera rete di prostituzione gay. Fino a quando questo potere non sarà decentralizzato e non permetterà maggior partecipazione di tutti gli strati del popolo di Dio, uomini e donne, alla conduzione dei cammini della Chiesa, il tumore che sta all’origine di questa infermità continuerà a durare. Si dice che Benedetto XVI consegnerà a tutti i cardinali la suddetta relazione perché ciascuno sappia che problemi dovrà affrontare nel caso che sia eletto papa. E l’urgenza che avrà di introdurre radicali trasformazioni. Dal tempo della Riforma che si sente il grido: “Riforma nel capo e nelle membra”. E siccome mai è avvenuta, è nata la Riforma come gesto disperato dei riformatori di compiere tale impresa per conto proprio.

Per spiegare meglio ai cristiani e a tutti gl’interessati di problemi di Chiesa, torniamo alla questione degli scandali. L’intenzione è di sdrammatizzarli, permettere che se n’abbia una nozione meno idealista e a volte idolatrica della gerarchia e della figura del Papa e liberare la libertà a cui il Cristo ci ha chiamati (Gal 5,1). In questo non c’è nessun cattivo gusto per le cose negative né volontà di aumentare sempre di più il degrado morale. Il cristiano deve essere adulto, non può lasciarsi infantilizzare né permettere che gli neghino conoscenze teologiche e storiche per rendersi conto di quanto umana ed smodatamente umana può essere l’istituzione che ci viene dagli apostoli.

Esiste una lunga tradizione teologica che si riferisce alla Chiesa come casta meretrix, tema abbordato dettagliatamente da un grande teologo, amico dell’attuale Papa, Hans Urs von Balthasar (vedere in Sponsa Verbi, Einsiedeln 1971,203-305). In varie occasioni il teologo Joseph Ratzinger è ritornato su questa denominazione.

La chiesa è una meretrice che tutte le notti si abbandona alla prostituzione; è casta perché Cristo, ogni mattina ne ha compassione, la lava è la ama.

L’habitus meretricius, il vizio del meretricio, è stato duramente criticato dai santi padri della Chiesa come Sant’Ambrogio, Sant’Agostino, San Gerolamo e altri. San Pier Damiani arriva chiamare il suddetto Gregorio VII “Santo satanasso” (D. Romag, compendio di storia della Chiesa, volume secondo, Petropolis, 1950, p. 112). Questa denominazione dura ci rimanda a quella di Cristo diretta Pietro. Per causa della sua professione di fede lo chiama “pietra”, ma per causa della sua poca fede e di non capire i disegni di Dio lo qualifica come “satanasso” (Vangelo di Matteo 16,23). San Paolo pare un moderno quando parla ai suoi oppositori con furia: “magari si castrassero tutti quelli che vi danno fastidio” (Galati, 5,12).

C’è pertanto un luogo per la profezia nella Chiesa e per le denunce delle malefatte che possono capitare in mezzo agli ecclesiastici e persino in mezzo ai fedeli.

Vi riporto un altro esempio tratto dagli scritti di un santo amato dalla maggioranza dei cattolici per il suo candore e bontà: Sant’Antonio da Padova. Nei suoi sermoni, famosi all’epoca, non appare niente affatto dolce e gentile. Fa una vigorosa critica ai prelati corrotti del suo tempo. Dice: “i vescovi sono cani senza nessuna vergogna perché il loro aspetto ha della meretrice e per questo stesso non vogliono vergognarsi” (uso l’edizione critica in latino pubblicata a Lisbona in due volumi nel 1895). Questo fu pronunciato nel sermone della quarta domenica dopo Pentecoste (pagina 278). Un’altra volta chiama i prelati “ scimmie sul tetto, da lì presiedono alle necessità del popolo di Dio”. (Op. cit p. 348). È continua: “Il vescovo della Chiesa è uno schiavo che pretende regnare, principe iniquo, leone che ruggisce, orso affamato di rapina che depreda il popolo povero” (p.348). Infine nella festa di San Pietro alza la voce e denuncia: “Attenzione che Cristo disse tre volte: pasci e neanche una volta tosa e mungi… Guai a quello che non pasce neanche una volta e tosa e munge tre o quattro volte…lui è un drago a fianco dell’arca del Signore che non possiede altro che apparenza e non verità” (volume secondo, 918).

Il teologo Joseph Ratzinger spiega il senso di questo tipo di denunce profetiche: “il senso della profezia risiede in verità meno in alcune previsioni che nella protesta profetica: protesta contro l’autosodisfazione delle istituzioni, l’autosoddisfazione che sostituisce la morale con il rito e la conversione con le cerimonie” (Das neue volk Gottes, Düsseldorf 1969,250, esiste traduzione italiana Il nuovo popolo di Dio, Brescia 1971).

Ratzinger critica con enfasi la separazione che abbiamo fatto in riferimento alla figura di Pietro: prima della Pasqua, il traditore; dopo la Pentecoste, il fedele. “Pietro continua a vivere questa tensione del prima e del dopo; lui continua ad essere tutte due le cose: la pietra e lo scandalo…Non è successo lungo tutta tutta la storia della Chiesa che il Papa era simultaneamente il successore di Pietro e la pietra dello scandalo” (p.259)?

Dove vogliamo arrivare con tutto questo? Vogliamo arrivare a riconoscere che la Chiesa-istituzione di papi, vescovi e preti è fatta di uomini che possono tradire negare e fare del potere religioso un affare e uno strumento di auto soddisfazione. Tale riconoscimento è terapeutico dato che ci cura di ogni ideologia idolatrica intorno alla figura del Papa, ritenuto come praticamente infallibile. Questo è visibile nei settori conservatori e fondamentalisti del movimento cattolico laici e anche di gruppi di preti. In alcuni è ancora viva una vera papolatria, che Benedetto XVI ha sempre cercato di evitare.

La crisi attuale della Chiesa provocato la rinuncia di un Papa che si è reso conto che non aveva più il vigore necessario per sanare scandali di tale portata. Ha buttato la spugna con umiltà. Che un altro più giovane venga e assuma il compito arduo e duro di pulire la corruzione nella curia romana e dell’universo dei pedofili, eventualmente punisca, deponga e invii i più renitenti in qualche convento per far penitenza e emendare la propria vita .

Soltanto chi ama la Chiesa può farle le critiche che gli abbiamo fatto noi citando testi di autorità classiche del passato. Se tu hai smesso di amare una persona un tempo amata, ti diventano indifferenti la sua vita e il suo destino. Noi ci interessiamo come fa l’amico e fratello di tribolazione HansKung (è stato condannato dalla ex inquisizione), forse uno dei teologi che più ama la Chiesa e per questo la critica.

Non vogliamo che i cristiani coltivino questo sentimento di poca stima e di indifferenza. Per quanto gravi siano stati gli errori e gli equivoci storici, l’istituzione-Chiesa custodisce la memoria sacra di Gesù e la grammatica dei Vangeli. Essa predica la libertà, sapendo che generalmente sono altri che liberano e non lei.

Anche così vale stare dentro la chiesa, come ci stavano S. Francesco, dom Helder Camara, Giovanni XXIII e noti teologi che hanno aiutato a fare il concilio Vaticano II e che prima erano stati tutti condannati dall’ex inquisizione, come de Lubac, Chenu, Congar, Rahner e altri. Dobbiamo aiutarla a uscire da quest’imbarazzo, alimentandosi di più col sogno di Gesù di un regno di giustizia, di pace e di riconciliazione con Dio e di sequela della sua causa e destino, piuttosto che di semplice giustificata indignazione che può scadere facilmente nel fariseismo e nel moralismo.

Leonardo Boff

Altre riflessioni del genere si trovano nel mio libro Chiesa: carisma e potere, ed. Record, 2005, specialmente in appendice con tutte gli atti del processo celebrato all’interno dell’ex inquisizione nel 1984.

Traduzione: Romano Baraglia
romanobaraglia@gmail.com

Auf welchen Papst können wir hoffen, wenn nicht auf einen Benedikt XVII?

Interview mit Leonardo Boff
15.02.2013

1. Wie haben Sie die Ankündigung des Rücktritts von Benedikt XVI aufgenommen?
L.B.: Von Anfang an war ich sehr besorgt um ihn, da ich ihn als jemand Schüchternes kannte und stellte mir vor, wie schwer es ihm fallen müsse, all die Leute zu begrüßen, die Menschen zu umarmen und die Kinder zu küssen. Ich war davon überzeugt, dass er eines Tages aufgrund des Nachlassens der körperlichen und geistigen Kräfte  seinen Rücktritt bekannt geben würde. Obwohl er sich als ein autoritärer Papst erwies, klammerte er sich nicht an dieses Amt. Ich war erleichtert, denn die Kirche war ohne einen Hoffnung und Mut machenden spirituellen Hirten. Wir brauchen eine andere Art von Papst, der mehr Hirte ist als Lehrer, keinen Mann der institutionellen Kirche, sondern einen Repräsentanten Jesu, der sagte: „Wer zu mir kommt, den werde ich nicht abweisen.“ (Joh 6,37), sei es ein Homosexueller, eine Prostituierte oder ein Transsexueller.

2. Wie würden Sie die Persönlichkeit Benedikts XVI beschreiben, zumal Sie einmal miteinander befreundet waren?
L. B.: Ich lernte Benedikt XVI während meiner Promotionsjahre in Deutschland (1965-1970) kennen. Ich habe viele seiner Vorlesungen  besucht, doch ich war nicht sein Student. Er las meine Doktorabeit: „Der Platz der Kirche in der säkularisierten Welt“, die ihm so gut gefiel, dass er sich bemühte, eine Verlegerin zu finden, die sie herausgab, einen Wälzer von mehr als 500 Seiten. In der Folgezeit arbeiteten wir zusammen für die internationale Zeitschrift „Concilium“. Die Herausgeber trafen sich jedes Jahr in der Woche von Pfingsten an verschiedenen Orten in Europa. Ich war für die Ausgabe in portugiesischer Sprache zuständig. Dies war zwischen 1975 und 1980. Während die anderen ein Mittagsschläfchen hielten, gingen wir zusammen spazieren und sprachen über theologische Themen oder über den Glauben Lateinamerikas, über den Heiligen Bonaventura und den Heiligen Augustinus, seine Fachgebiete. Besonders über diese zog ich ihn des öfteren zu Rate. Später, ab 1984, entstand ein Konflikt zwischen uns. Als mein Richter im Prozess vor der ehemaligen Inquisition wandte er sich gegen mein Buch „Kirche: Charisma und Macht“ (Patmos, 1985). Dort musste ich auf dem selben Stühlchen sitzen, auf dem Galileo Galilei, Giordano Bruno u. a. gesessen hatten.
Mir wurde eine Zeit des „Bußschweigens“ auferlegt, während derer ich weder lehren noch irgendetwas veröffentlichen durfte. Seitdem trafen wir uns nie wieder.
Seine Persönlichkeit würde ich als „feinsinnig“, schüchtern und außerordentlich intelligent beschreiben.

3. Als Kardinal war er nun Ihr Inquisitor, nachdem er Ihr Freund gewesen war. Wie haben Sie diese Situation empfunden?
L. B.: Als er zum Präfekten der Glaubenskongregation (der einstigen Inquisition) ernannt wurde, war ich sehr froh. Ich dachte bei mir: Endlich haben wir einen Theologen an der Spitze einer  Institution, die den denkbar schlechtesten Ruf innehat. Fünfzehn Tage darauf bedankte er sich bei mir und teilte mir mit, er sehe in der Kongregation diverse anhängige Verfahren, die mich beträfen und die dringend abgewickelt werden müssten. Tatsächlich war es so, dass zu praktisch jedem meiner veröffentlichten Bücher Klärungsfragen aus Rom gekommen waren, deren Antwort ich hinauszögerte. Denn aus Rom kommt nichts, was nicht zuvor dorthin geschickt wurde. Wir hatten hier konservative Bischöfe, die die Befreiungstheologen verfolgten und in ihrer theologischen Ignoranz Beschwerden nach Rom schickten unter dem Vorwand, meine Theologie könne den Gläubigen schaden. An diesem Punkt wurde mir klar, dass er vom römischen Virus angesteckt worden war, der alle befällt, die im Vatikan arbeiten und ihnen 1000 gute Gründe liefert, von nun an moderat, wenn nicht konservativ zu werden. Das hat mich nicht nur überrascht, sondern wirklich enttäuscht.

4. Wie haben Sie die Bestrafung des „Bußschweigens“ aufgenommen?
L. B.: Nach dem Verhör und dem Verlesen meiner schriftlichen Verteidigung, die sich übrigens als Anhang in der neuen Ausgabe meines Buchs „Kirche: Charisma und Macht“ (Ausgabe 2008) befindet, legten 13 Kardinäle ihre Meinung dar und gaben ihr Urteil ab. Ratzinger war nur einer von ihnen. Danach wurde die Entscheidung dem Papst unterbreitet. Ich vermute, dass die Entscheidung zu meinen Gunsten ausfiel, denn er kannte auch andere meiner ins Deutsche übersetzten Bücher und hatte mir gesagt, dass er sie mochte und sich auch einmal anlässlich einer Audienz in Rom dem Papst gegenüber löblich darüber geäußert hätte.
Das „Bußschweigen“ nahm ich entgegen, wie es jeder Christ getan hätte, der sich der Kirche verbunden fühlt: Ich nahm es mit aller Ruhe auf. Ich erinnere mich, dass ich sagte: „Es ist besser, mit der Kirche zu gehen als allein mit meiner Theologie.“ Es fiel mir vergleichsweise leicht, die auferlegte Strafe zu akzeptieren, da der Vorsitzende der Brasilianischen Bischofskonferenz mich immer unterstützt hatte und zwei ihrer Kardinäle, Don Aloysio Lorscheider und Don Paulo Evaristo Arns mich nach Rom begleitet hatten und an einem zweiten Teil, dem Gespräch mit Kardinal Ratzinger und mir, teilnahmen. So waren wir drei gegen einen. Einige Male brachten wir Kardinal Ratzinger in Verlegenheit, denn die brasilianischen Kardinäle versicherten ihm, dass er sich bei der Kritik an der Theologie der Befreiung, die er in einem kurz zuvor veröffentlichten Artikel geübt hatte, nicht auf eine objektive Analyse gestützt hätte, sondern auf verleumderische Behauptungen. Und sie baten um ein neues, positives Dokument. Er nahm die Bitte an und setzte sie tatsächlich zwei Jahre später um. Sie baten sogar mich und meinen Bruder Clodovis, der in Rom war, einen Entwurf zu schreiben und bei der Glaubenskongregation einzureichen. Innerhalb eines Tages und einer Nacht schrieben wir diesen und reichten ihn ein.

5. Im Jahr 1992 haben Sie die Kirche verlassen. Sind Sie noch immer verbittert über diese ganze Affaire mit dem Vatikan?

L. B.: Ich habe die Kirche nicht verlassen. Ich ließ eine Funktion innerhalb der Kirche zurück, nämlich das Priesteramt. Ich blieb weiterhin Theologe und Professor der Theologie an mehreren Lehrstühlen hier in Brasilien und anderswo. Wer die Logik eines abgeschlossenen und autoritären Systems durchschaut, das die Kultur des Dialogs und des Austauschs nicht pflegt (lebende Systeme sind in dem Maß lebendig, in dem sich sich öffnen und miteinander austauschen), weiß, dass jemand wie ich, der nicht völlig auf derselben Linie mit diesem System ist, überwacht, kontrolliert und unter Umständen bestraft würde. Das ist so ähnlich wie in den Staatssicherheitssystemen, die es in Lateinamerika unter den Militärdiktaturen von Brasilien, Argentinien, Chile und Uruguay gab. Innerhalb dieser Logik verurteilte der damalige Präfekt der Glaubenskongregation (das vormalige Heilige Offizium und frühere Inquisition), Kardinal Joseph Ratzinger, mehr als hundert Theologen, erlegte ihnen das Bußschweigen auf, entfernte sie von ihren Lehrstühlen oder versetzte sie. Zwei davon kamen aus Brasilien: der Theologe Ivone Gebara und ich. Da ich die oben genannte Logik durchschaue und bedaure, verstehe ich, dass sie zu dem, was sie in durchaus guter Absicht tun, verdammt sind. Doch, wie Blaise Pascale sagte, wird „das Böse nie so perfekt ausgeübt, als wenn es auf gutem Willen beruht.“ Dieser gute Wille ist natürlich nicht gut, denn durch ihn werden Menschen zu Opfern. Ich hege keine Bitterkeit oder Ressentiments, denn für all diejenigen, die sich innerhalb dieser Logik bewegen, die meiner Meinung nach Lichtjahre vom Zeugnis Jesu von Nazareth entfernt ist, empfinde ich Mitleid und Barmherzigkeit. Darüber hinaus handelt es sich um einen Vorfall aus dem letzten Jahrhundert und ist vorbei. Und ich versuche, nicht zu dieser Zeit zurückzukehren.

6. Wie bewerten Sie das Pontifikat Benedikts XVI? Wusste er mit der inneren und äußeren Krise der Kirche umzugehen?

L. B.: Benedikt XVI war ein herausragender Theologe, aber ein frustrierter Papst. Er hatte nicht das gleiche Charisma, die Gemeinschaft der Gläubigen zu leiten und zu animieren wie Johannes Paul II. Leider wird auf ihm das Stigma eines Pontifikats haften, unter dem die Fälle von Pädophilie zunahmen, Homosexuelle keine Anerkennung erfuhren und Frauen gedemütigt wurden, wie in den USA, wo einem Theologen aus Geschlechtsgründen die Bürgerrechte versagt wurden. Und er wird auch als der Papst in die Geschichte eingehen, der die Befreiungstheologie scharf kritisierte, diese im Licht ihrer Verleumder interpretierte und nicht durch das pastorale und befreiende Zeugnis der Bischöfe, Priester, Theologen, Ordensleute und Laien, die es mit der Option für die Armen ernst meinten und sich im Namen des Lebens und der Freiheit gegen die Armut erhoben. Für ihren Einsatz für eine solch gerechte und noble Sache wurden sie von ihren Glaubensbrüdern missverstanden, viele von ihnen wurden festgenommen, gefoltert und durch staatliche Sicherheitsorgane unter der Militärregierung ermordet. Unter diesen finden sich z. B. Bischöfe wie Enrique Angelelli aus Argentinien und Erzbischof Oscar Romero aus El Salvador. Erzbischof Dom Helder Camara war der Märtyrer, den sie nicht umbrachten. Doch die Kirche ist viel größer als ihre Päpste, und sie wird zwischen Licht und Schatten weiter existieren, der Menschheit ihre Dienste anbieten, um das Vermächtnis Jesu lebendig zu halten und um Antworten auf die Fragen nach dem Sinn des Lebens jenseits dieses Lebens anzubieten.

Durch die Vatileaks wissen wir jetzt, dass die Römische Kurie tief in einen wilden Machtkampf verwickelt ist, vor allem zwischen  Kardinal Tarcisio Bertone, dem aktuellen Staatssekretär, und dem früheren Sekretär, Kardinal Angelo Sodano, der bereits emeritiert ist. Beide haben ihre Verbündete. Unter Ausnutzung der Einschränkungen des Papstes hat Bertone bereits quasi eine Parallel-Regierung aufgestellt. Die Skandale, enthüllt durch die aufgedeckten Geheimdokumente auf dem Schreibtisch des Papstes und der Vatikanbank, derer sich italienische Millionäre, darunter auch Mafia-Mitglieder, bedienen, um ihr Geld zu waschen und ins Ausland zu schaffen, haben den Papst sehr angegriffen. Er wurde immer stärker isoliert. Sein Rücktritt ist auf die Einschränkungen zurückzuführen, die er durch das fortgeschrittene Alter und durch Krankheit erfährt, aber durch die internen Krisen noch verschlimmert worden, die ihn schwächten und die er nicht rechtzeitig aufzuhalten vermochte oder konnte.

7. Papst Johannes XXIII sagte, die Kirche könne kein Museum sein, sondern sollte vielmehr ein Haus mit offenen Türen und Fenstern sein. Glauben Sie, dass Benedikt XVI versuchte, die Kirche in eine Art Museum zurück zu verwandeln?
L. B.: Benedikt XVI sehnt sich nach der mittelalterlichen Synthese zurück Er führte wieder die Messe in Latein ein, wählte die Kleidung der Renaissance-Päpste und aus anderen Epochen der Vergangenheit, hielt sich an Gewohnheiten und Zeremonie-Regeln eines Palasts, denen, die nach der Kommunion verlangten, hielt er den päpstlichen Ring hin, damit sie ihn küssen, bevor er ihnen das Sakrament reichte – eine bereits abgeschaffte Gewohnheit. Seine Sicht der Dinge war restaurativ, und er sehnt sich nach einer Synthese zwischen Kultur und Glauben, die offenbar in seiner bayerischen Heimat existiert, wie er explizit behauptete. Als er an der Münchner Universität, an der wir beide studiert hatten, auf einem Plakat die Ankündigung eines meiner Vorträge als Gastredner über die neuen Grenzen der Befreiungstheologie sah, bat er den Dekan, diese auf unbestimmte Zeit zu vertagen. Seine theologischen Vorbilder sind der Heilige Augustinus und der Heilige Bonaventura, die allem Weltlichen großes Misstrauen entgegen brachten und es für etwas hielten, das von der Sünde kontaminiert ist und der Rettung durch die Kirche bedarf. Dies ist eine der Erklärungen für seine ablehnende Haltung gegenüber der Moderne, die er unter dem Blickwinkel des Säkularismus und des Relativismus sieht wie auch außerhalb des Einflussbereichs des Christentums, welches zur Entstehung Europas beitrug.

8. Wird Ihrer Meinung nach die Kirche ihre Lehrmeinung zur Verwendung von Kondomen und zur Sexualmoral im allgemeinen ändern?
L. B.: Die Kirche wird an ihren Überzeugungen festhalten müssen, die sie für unverrückbar hält, wie die Ablehnung der Abtreibung und die Manipulation des Lebens. Doch sie muss auf ihren Status der Ausschließlichkeit verzichten, der sie als die einzige Trägerin der Wahrheit hinstellt. Sie muss sich selbst innerhalb des demokratischen Raums verstehen, wo man ihre Stimme als eine Stimme unter anderen wahrnimmt. Und sie muss diese anderen Stimmen respektieren und sogar bereit sein, von ihnen zu lernen. Und wenn sie in ihren Ansichten widerlegt ist, sollte sie ihre Erfahrung und Tradition anbieten, um zu verbessern, was verbessert werden kann, und um die Last des Lebens ein wenig leichter zu machen. Genau genommen muss sie menschlicher und demütiger werden, einen tieferen Glauben haben, d. h. frei von Angst. Das Gegenteil von Glauben ist nicht Atheismus, sondern Angst. Angst lähmt und isoliert die Menschen voneinander. Die Kirche muss ihren Weg gemeinsam mit der Menschheit gehen, denn die Menschheit ist das wahre Volk Gottes. Dies wird ihr zwar mehr und mehr bewusst, doch diese Wirklichkeit ist nicht  ihr alleiniger Besitz.

9. Was sollte der künftige Papst tun, um die Abwanderung vieler der Gläubigen zu anderen Kirchen, vor allem zu den Pfingstkirchen, zu vermeiden?

L. B.: Benedikt bremste die Erneuerung der Kirche, zu der das 2. Vatikanische Konzil aufgerufen hatte. Er konnte die Spaltungen innerhalb der Kirche nicht ertragen, darum bevorzugte er eine Perspektive von linearer Kontinuität, welche die Tradition bestärkt. Daher kommt es, dass die Tradition des 18. und 19. Jahrhunderts alle modernen Errungenschaften der Demokratie wie Religionsfreiheit und andere Rechte ablehnt. Benedikt versuchte, die Kirche  auf ein Bollwerk gegen die Moderne zu reduzieren, und im Vatikanum II sah er ein Trojanisches Pferd, durch das diese hätte Eintritt finden können. Er leugnete Vatikanum II nicht, doch er interpretierte es im Licht des 1. Vatikanischen Konzils, das sich ganz auf die Figur eines absolutistischen und unfehlbaren Papstes, ausgestattet mit der Macht eines Monarchen, konzentrierte. Dies führte zu einer starken Zentralisierung in Rom unter der Führung eines Papstes, der – armer Papst! – ein katholisches Volk zu leiten hat, das so zahlreich ist wie das chinesische Volk. Dies hat die Kirche und auch ganze Episkopate, wie in Deutschland und Frankreich, in einen großen Konflikt gestürzt. Sie hat die Atmosphäre innerhalb der Kirche mit Misstrauen kontaminiert, was zu Gruppenbildung führte und zur Auswanderung vieler Katholiken aus der Kirche sowie zum Vorwurf des Relativismus und der parallelen Lehre. Mit anderen Worten: Es gab in der Kirche keine richtige und offene Geschwisterlichkeit mehr, kein gemeinsames spirituelles Zuhause aller.
Das Profil des neuen Papstes sollte meiner Meinung nach weder dem eines machtvollen Mannes noch dem eines Mannes der Institution gleichen. Wo Macht ist, gibt es keine Liebe, und Barmherzigkeit geht verloren. Der neue Papst sollte ein Hirte sein, der den Gläubigen und allen Menschen näher ist, unabhängig von ihrer moralischen, politischen und ethnischen Situation. Er sollte als Motto Jesu Worte wählen: „Wer zu mir kommt, den werde ich nicht abweisen“, denn Jesus von Nazareth hieß jeden willkommen, von der Prostituierten wie Magdalena bis zum Theologen wie Nikodemus. Er sollte nicht aus dem westlichen Kulturkreis stammen, was  inzwischen als ein Fehler der Geschichte erachtet wird. Doch er sollte ein Mann der weiten, globalisierten Welt sein, der Mitgefühl für die Leidenden und für den Schrei der Erde verspürt, die durch die Gier des Konsumverhaltens zerstört wird. Er sollte kein Mann der Gewissheiten sein, doch jemand, der alle dazu ermutigt, bessere Wege aufzuspüren.
Ein solcher Papst würde sich folglich durch die Evangelien leiten lassen, doch ohne den Geist eines Proselytenmachers, im Bewusstsein, dass der Heilige Geist immer schon vor dem Missionar ankommt und dass das Wort alle erleuchtet, die das Licht dieser Welt erblicken, wie der Evangelist Johannes sagt.
Er sollte ein zutiefst spiritueller Mann sein, der für alle religiösen Wege offen ist, sodass von diesen zusammen jene heilige Flamme, die in jedem Menschen brennt, am Leben erhalten wird: die mysteriöse Gegenwart Gottes. Und schließlich sollte er von einer großen Güte erfüllt sein, im Stil des Papstes Johannes XXIII, mit Zärtlichkeit für die Demütigen und einer prophetischen Festigkeit, um diejenigen anzuprangern, die Ausbeutung vorantreiben und die Gewalt und Krieg als Instrumente zur Beherrschung ihrer Mitmenschen und der Welt gebrauchen.
Möge sich ein solcher Mann in den Verhandlungen der Kardinäle im Konklave und über die Spannungen der diversen Strömungen durchsetzen! Wie der Heilige Geist wirkt, ist ein Mysterium. Er hat keine andere Stimme und keinen anderen Kopf als die der Kardinäle. Möge dies dem Geist gelingen!

Übersetz von Bettina Gold-Harnack