¿Por dónde pasa el futuro del cristianismo?

El Papa Francisco tiene un mérito innegable: sacó a la Iglesia Católica de una profunda desmoralización debida a los delitos de pedofilia que afectaron a cientos de eclesiásticos. Después desenmascaró los crímenes financieros del Banco del Vaticano, que involucraban a monseñores y a gente de las finanzas italianas.

Pero principalmente dio otro sentido a la Iglesia, no como una fortaleza cerrada contra los “peligros” de la modernidad, sino como un hospital de campaña que atiende a todos los necesitados o en busca de un sentido de vida. Este Papa acuñó la frase “una Iglesia en salida” en dirección a los demás y no a sí misma, autofinalizándose.

Los datos revelan que el cristianismo es hoy una religión del Tercero y Cuarto Mundo. El 25% de los católicos viven en Europa, el 52% en América y los demás en el resto del mundo. Esto significa que, terminado el ciclo occidental, el cristianismo vivirá en su etapa planetaria una presencia más densa en algunas partes del mundo hoy consideradas periféricas.

Sólo tendrá un significado universal con dos condiciones.

La primera, si todas las iglesias se entienden cómo el movimiento de Jesús, se reconocen mutuamente como portadoras de su mensaje sin que ninguna de ellas pretenda reclamar exclusividad sino en diálogo con las religiones del mundo, valorándolas como caminos espirituales habitados y animados por el Espíritu. Sólo entonces habrá paz religiosa, una de las condiciones importantes para la paz política. Todas las iglesias y las religiones deben estar al servicio de la vida y de la justicia para los pobres y para el Gran Pobre que es el planeta Tierra, contra el cual el proceso industrial lleva a cabo una verdadera guerra total.

La segunda condición es que el cristianismo relativice sus instituciones de carácter occidental y se atreva a reinventarse partir de la vida y la práctica del Jesús histórico con su mensaje de un reino de justicia y de amor universal, en una total apertura a lo trascendente. Mantener el canon actual puede condenar al cristianismo a transformarse en una secta religiosa.

Según la mejor exégesis contemporánea, el proyecto original de Jesús se resume en el Padre Nuestro. En él se afirman las dos hambres del ser humano: el hambre de Dios y el hambre de pan. El Padre Nuestro enfatiza el impulso hacia lo Alto. Solamente uniendo el Padre Nuestro con el Pan Nuestro se puede decir Amén y sentirse en la tradición del Jesús histórico. Él puso en marcha un sueño, el Reino de Dios, cuya esencia se encuentra en los dos polos, en el Padre Nuestro y en el Pan Nuestro Pan Diario vividos en el espíritu de las bienaventuranzas.

Esto implica para el cristianismo la audacia de desoccidentalizarse desmachicizarse, despatriarcalizarse y organizarse en redes de comunidades que se acogen recíprocamente y se encarnan en las culturas locales y forman juntas el gran camino espiritual cristiano que se suma a los otros caminos espirituales y religiosos de la humanidad.

Realizados estos supuestos, en la actualidad se presentan a las iglesias y al cristianismo cuatro retos fundamentales.
El primero es salvaguardar la Casa Común y el sistema de vida amenazados por la crisis ecológica generalizada y el calentamiento global. No es imposible una catástrofe ecológico-social que diezmará la vida de gran parte de la humanidad. La pregunta ya no es qué futuro tendrá el cristianismo, sino cómo ayudará a asegurar el futuro de la vida y biocapacidad de la Madre Tierra. Ella no nos necesita. Nosotros sí la necesitamos.

El segundo reto es cómo mantener a la humanidad unida. Los niveles de acumulación de riqueza material en muy pocas manos (el 1% controla la mayoría de la riqueza del mundo) pueden dividir a la humanidad en dos partes: los que gozan de todos los beneficios de la tecnociencia y los condenados a la exclusión, sin esperanzas de vida o incluso siendo considerados subhumanos. Es importante afirmar que tenemos una sola Casa Común y que todos somos hermanos y hermanas, hijos e hijas de Dios.

El tercer desafío es la promoción de la cultura de la paz. Las guerras, el fundamentalismo político y la intolerancia frente a las diferencias culturales y religiosas pueden llevar a niveles de violencia de alto poder destructivo. Eventualmente pueden degenerar en guerras mortales con armas químicas, biológicas y nucleares.

El cuarto desafío se refiere a América Latina: la encarnación en las culturas indígenas y afroamericanas. Después de haber casi exterminado las grandes culturas originales y esclavizado a millones de africanos, es necesario trabajar para ayudarles a rehacerse biológicamente, a rescatar su sabiduría ancestral y a ver reconocidas sus religiones como formas de comunicación con Dios. Para la fe cristiana el reto consiste en animarles a hacer su síntesis con el fin de dar lugar a un cristianismo original, sincrético, africano-indígena-latino-brasilero.

La misión de las iglesias, de las religiones y de los caminos espirituales es alimentar la llama interior de la presencia de lo Sagrado y lo Divino (expresado en millares de nombres) en el corazón de cada persona.

El cristianismo, en la fase planetaria y unificada de la Tierra, posiblemente se constituirá en una inmensa red de comunidades, encarnadas en las diferentes culturas, dando testimonio de la alegría del Evangelio que promueve ya en este mundo una vida justa y solidaria, especialmente para los más marginados, que se completará en la culminación de la historia.

En la actualidad, nos corresponde a nosotros a vivir la comensabilidad entre todos, símbolo anticipador de la humanidad reconciliada, celebrando los buenos frutos de la Madre Tierra. ¿No era esta la metáfora de Jesús cuando hablaba del Reino de vida, de justicia y de amor?

*Leonardo Boff escribiö Eclesiogénesis: la reinvención de la Iglesia, Record 2008.
Traducción de Mª José Gavito Milano

El desatino de los análisis económicos actuales

Sigo con atención los análisis económicos que se realizan en Brasil y en todo el mundo. Con raras y buenas excepciones, la gran mayoría de los analistas son rehenes del pensamiento único neoliberal mundializado. Es raro que hagan una autocrítica que rompa la lógica del sistema productivista, consumista, individualista y anti-ecológico. Y aquí veo un gran riesgo ya sea para la biocapacidad del planeta Tierra o para la supervivencia de nuestra especie.

El título del libro de Jesse Souza La insensatez de la inteligencia brasileña (2015) inspiró el título de mi reflexión: “El desatino de los análisis económicos actuales”.

Mi sentido del mundo me dice que podemos conocer cataclismos ecológicos y sociales de dimensiones dantescas si no tomamos absolutamente en serio dos factores fundamentales: el factor ecológico, de carácter más objetivo, y la recuperación de la razón sensible, de sesgo más subjetivo.

En cuanto al factor ecológico: la mayoría de la macroeconomía todavía alimenta la falsa ilusión de un crecimiento ilimitado, en el supuesto ilusorio de que la Tierra dispone igualmente de recursos ilimitados y tiene una capacidad de recuperación ilimitada para soportar la explotación sistemática a que es sometida. La maldición del pensamiento único muestra un soberano desprecio por los efectos negativos en términos de calentamiento global, la devastación de los ecosistemas, la escasez de agua potable y otros considerados como externalidades, es decir, datos que no entran en la contabilidad de las empresas. Este pasivo se deja para que lo resuelva el estado. Lo que debe ser garantizado en cualquier forma son las ganancias de los accionistas y la acumulación de riqueza a niveles tan inimaginables que dejarían loco a Karl Marx.

La gravedad radica en el hecho de que los órganos que se ocupan del estado de la Tierra, desde las organizaciones mundiales como la ONU, a los nacionales que denuncian la creciente erosión de casi todos los elementos esenciales para la continuidad de la vida (alrededor de 13), no se tienen en cuenta. La razón es que son antisistémicos, perjudican el crecimiento del PIB y los grandes beneficios de las empresas.

Los escenarios proyectados por centros de investigación serios son cada vez más perturbadores. El calentamiento, por ejemplo, no para de aumentar como se afirmó ahora en la COP 22 de Marrakesch. La temperatura global en 2016 ha sido 1,35º C por encima de lo normal para el mes de febrero, la más alta de los últimos 40 años. Los propios científicos como David Carlson, de la Organización Meteorológica Mundial, un organismo de la ONU, declaró: “Esto es increíble… la Tierra es ciertamente un planeta alterado”.

Tanto la Carta de la Tierra como la encíclica de Francisco Laudato Si: cómo cuidar de la Casa Común advierten de los riesgos que corre la vida sobre el planeta. La Carta de la Tierra (grupo animado por M. Gorbachov, en el que he participado) es contundente: «o formamos una alianza global para cuidar la Tierra y unos de otros o corremos el riesgo de destruirnos y destruir diversidad de la vida».

En los debates sobre economía, en casi todas las instancias, los riesgos y los factores ecológicos ni siquiera se nombran. La ecología no existe, incluso en las declaraciones del PT, en las que no aparece siquiera la palabra ecología. Y así, inconscientemente, hacemos un camino de no retorno, a causa de la ignorancia, irresponsabilidad y ceguera producidas por el deseo de acumulación de bienes materiales.

Donald Trump ha dicho que el calentamiento global es un engaño y que cancelará el acuerdo de París, ya firmado por Obama. Paul Krugman, Nobel de Economía, ha advertido de que tal decisión significaría un daño grave para EE.UU. y para todo el planeta.

Conclusión: o incorporamos los datos ecológicos en todo lo que hacemos, o nuestro futuro no estará garantizado. La estupidez de la economía sólo nos ciega y nos perjudica.

Pero este dato científico, resultado de la razón instrumental analítica, no es suficiente, ya que analiza y calcula friamente y entiende al ser humano fuera y por encima de la naturaleza. A la que puede explotar a su voluntad. Tenemos que completarla con el rescate de la razón sensible, la más antigua en nosotros. En ella se encuentra la sensibilidad, el mundo de los valores, la dimensión ética y espiritual. Ahí residen las motivaciones para el cuidado de la Tierra y para comprometernos en un nuevo tipo de relación amistosa con la naturaleza, sintiéndonos parte de ella y sus cuidadores, reconociendo el valor intrínseco de cada ser e inventando otra manera de satisfacer nuestras necesidades y el consumo con una sobriedad compartida y solidaria.

Tenemos que articular los dos factores, el ecológico (objetivo) y el sensible (subjetivo): de otro modo difícilmente escaparemos, tarde o temprano, de la amenaza de un colapso del sistema-vida.

*Leonardo Boff ha escrito Cuidar de la Tierra, proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo, Nueva Utopía, 2011.

Traducción de Mª José Gavito Milano

La vida como imperativo cósmico

Durante siglos los científicos han intentado explicar el universo por medio de leyes físicas, expresadas mediante ecuaciones matemáticas. El universo era representado como una inmensa máquina que funcionaba siempre de forma estable. La vida y la conciencia no tenían lugar en ese paradigma. Eran asunto de las religiones.

Pero todo cambió desde los años 20 del siglo pasado, cuando el astrónomo Hubble probó que el estado natural del universo no es la estabilidad sino el cambio. Comenzó a expandirse a partir de la explosión de un punto extremadamente pequeño pero inmensamente caliente y repleto de virtualidades: el big bang. A continuación se formaron los cuarks y los leptones, las partículas más elementales que, una vez combinadas, dieron origen a los protones y neutrones, base de los átomos. Y a partir de ellos, todas las cosas.

Expansión, auto-organización, complejización y emergencia de órdenes cada vez más sofisticados son características del Universo. ¿Y la vida?

No sabemos cómo surgió. Lo que podemos decir es que la Tierra y todo el Universo trabajaron miles de millones de años para crear las condiciones de nacimiento de esta bellísima criatura que es la vida. Es frágil porque fácilmente puede enfermar y morir. Pero es también fuerte, porque hasta hoy nada, ni los volcanes, ni los terremotos, ni los meteoros, ni las destrucciones en masa de eras pasadas, consiguieron extinguirla totalmente.

Para que surgiese la vida fue necesario que el Universo fuera dotado de tres cualidades: orden, proveniente del caos, complejidad, oriunda de seres simples e información, originada por las conexiones de todos con todos. Pero faltaba todavía un dato: la creación de los ladrillitos con los cuales se construye la casa de la vida. Esos ladrillitos fueron forjados dentro del corazón de las grandes estrellas rojas que ardieron durante varios miles de millones de años. Son los ácidos químicos y demás elementos que permiten todas las combinaciones y todas las transformaciones. Así, no hay vida sin que haya presencia de carbono, de hidrógeno, de oxígeno, de nitrógeno, de hierro, de fósforo y de los 92 elementos de la escala periódica de Mendeléiev.

Cuando estos varios elementos se unen, forman lo que llamamos una molécula, la menor porción de materia viva. La unión con otras moléculas creó los organismos y los órganos que forman los seres vivos, desde las bacterias a los seres humanos.

Fue mérito de Ilya Prigogine, premio Nobel de química de 1977, haber mostrado que la vida resulta de la dinámica de la auto-organización intrínseca del propio universo. Reveló también que existe una fábrica que produce continuamente la vida. El motor central de esta fábrica de la vida está formado por un conjunto de 20 aminoácidos y 4 bases nitrogenadas.

Los aminoácidos son un conglomerado de ácidos que combinados permiten que surja la vida. Se componen de cuatro bases de nitrógeno que funcionan como una especie de cuatro tipos de cemento que unen los ladrillitos formando casas, las más diversificadas. Es la biodiversidad.

Tenemos, por tanto, el mismo código genético de base creando la unidad sagrada de la vida, desde los micro-organismos hasta los seres humanos. Todos somos, de hecho, primos y primas, hermanos y hermanas, como afirma el Papa en su encíclica sobre la ecología integral (n. 92) porque estamos formados con los mismos 20 aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas (adenina, timina, guanina y citosina).

Pero faltaba una cuna que acogiese la vida: la atmósfera y la biosfera con todos los elementos esenciales para la vida: el carbono, el oxígeno, el metano, el ácido sulfúrico, el nitrógeno y otros.

Dadas estas condiciones previas, hace 3,8 mil millones de años sucedió algo portentoso. Posiblemente del mar o de un pantano primitivo donde burbujeaban todos los elementos como una especie de sopa, de repente, bajo la acción de un gran rayo relampagueante venido del cielo, irrumpió la vida.

Misteriosamente ella está ahí desde hace 3,8 mil millones de años: en el minúsculo planeta Tierra, en un sistema solar de quinta magnitud, en un rincón de nuestra galaxia, a 29 mil años luz del centro de ella, sucedió el hecho más singular de la evolución: la irrupción de la vida. Ella es la madre originaria de todos los vivientes, la Eva verdadera.

De ella descienden todos los demás seres vivos, también nosotros los humanos, un subcapítulo del capítulo de la vida: nuestra vida consciente.

Finalmente, me atrevo a decir con el biólogo, también premio Nobel, Christian de Duve y con el cosmólogo Brian Swimme, que el Universo sería incompleto sin la vida. Siempre que se alcanza un cierto nivel de complejidad, la vida surge como un imperativo cósmico, en cualquier parte del Universo.

Debemos superar la idea común de que el universo es una cosa meramente física y muerta, con unas pizcas de vida para completar el cuadro. Esa es una comprensión pobre y falsa. El universo parece estar lleno de vida y para eso existe, como la cuna acogedora de la vida, especialmente de la nuestra.

Done at REFUGIO DEL RIO GRANDE, Texas, EE.UU.

Life as a cosmic imperative

For centuries scientists have tried to explain the universe with laws of physics, expressed through mathematical equations. The universe was viewed as an immense machine that always functioned in a stable form. Life and consciousness did not have a place in that paradigm. They were matters for the religions.

But everything has changed since the 1920s, when astronomer Edwin Hubble showed that the natural state of the universe is not stability, but change. The universe began expanding with the explosion of a point: extremely small but immensely hot, and full of potential: the big bang. Then the quarks and leptons were formed, the most elemental particles that, once combined, gave rise to protons and neutrons, the basis of atoms. And starting from there, everything.

Expansion, self-organization, complexity, and the emergence of order, ever more sophisticated, are characteristics of the Universe. And life?

We do not know how it emerged. We can only say that it took the Earth and all the Universe billions of years to create the conditions for the birth of this beautiful thing that is life. Life is fragile because it can easily get sick and die. But life is also strong, because until now nothing, not volcanoes, earthquakes, meteors, or the massive extinctions of past eras, has managed to totally extinguish life.

For life to emerge the Universe had to be endowed with three qualities: order, arising from chaos, complexity, derived from simple beings and information, created by the connections of everything with everything else. But one factor was still lacking: the creation of the bricks with which the house of life is built. Those bricks were forged within the heart of the great red stars that burned for several billion years. They are the chemical acids and other elements that enable all the combinations and transformations. Thus, there is no life without carbon, hydrogen, oxygen, nitrogen, iron, phosphorus, and the 92 elements of the Mendeleyev periodical table.

When these varied elements are united, they form what we call a molecule, the smallest piece of living matter. The joinder with other molecules created the organisms and organs that form living beings, from the bacteria to human beings.

Ilya Prigogine, 1977 Nobel laureate for chemistry, is credited with showing that life results from the intrinsic self organizing dynamics of the Universe itself. He also showed that a factory exists that continuously produces life. The central motor of this factory of life is the combining of 20 amino acids and 4 nitrogenous bases.

Amino acids are a group of acids that when combined permit life to emerge. They are comprised of four nitrogen bases that function like four types of cement, joining the bricks to build the most diverse kinds of houses. This is biodiversity.

Consequently, the same basic genetic code creates the sacred oneness of life, from micro-organisms to human beings. We all are, in fact, cousins, brothers and sisters, as Pope Francis affirms in his encyclical letter on integral ecology (n. 92) because we are made of the same 20 amino acids and 4 nitrogenous bases (adenine, thymine, guanine and cytosine).

But the cradle that could welcome life was missing: the atmosphere and biosphere with all the essential elements to life: carbon, oxygen, methane, sulphuric acid, nitrogen and others.

With these pre-conditions, some 3.8 billion years ago something portentous happened. Possibly from the sea or a primitive marsh where all the elements bubbled like a kind of soup, suddenly, from the impact of a great bolt of lightning from above, life emerged.

Mysteriously, there has been life for 3.8 billion years on the minuscule planet Earth, in a fifth order solar system, in a corner of our galaxy, 29 thousand light years from the center of that galaxy. Here, the most unique event of the evolution occurred: the emergence of life.

Life is the original mother of all living beings, the true Eve. All other life forms descend from her, including we humans, a subchapter of the chapter of life: our conscious life.
Finally, I would dare join biologist Christian de Duve, also a Nobel laureate, and cosmologist Brian Swimme, in saying that the Universe would be incomplete without life. Whenever a certain level of complexity is reached, life will always emerge as a cosmic imperative, in any part of the Universe.

We must overcome the common idea that the Universe is merely a physical and dead thing, with some specks of life to adorn the picture. That is a poor and false understanding. The Universe seems to be full of life and it exists for that, as the cradle that welcomes life, especially our life.

Leonardo Boff Theologian-Philosopher, of the Earthcharter Commission

Free translation from the Spanish sent by
Melina Alfaro, alfaro_melina@yahoo.com.ar.
Done at REFUGIO DEL RIO GRANDE, Texas, EE.UU.