Un cura con olor a oveja: el padre Cicero Romão Batista

Del 20 al 24 de marzo se realizó en Juazeiro del Norte, Ceará, el V­ Simposio Internacional Padre Cícero, con el tema “Reconciliación… ¿y ahora?” Quedé sorprendido por el alto nivel de las exposiciones y discusiones con presencia de investigadores nacionales y extranjeros. Se trataba de la reconciliación de la Iglesia con el padre Cícero, que sufrió duras penas canónicas, hoy cuestionables, sin quejarse nunca, en un profundo respeto hacia las autoridades eclesiásticas y reconciliación con los miles de romeros que lo consideran un santo.

Indiscutiblemente el padre Cícero Romão Batista (1844-1034), por sus múltiples facetas, es una figura polémica. Pero las críticas se van diluyendo cada vez más para dar lugar a lo que el papa Francisco a través del Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, en una carta al obispo local don Fernando Panico el 20 de octubre de 2015, dice expresamente: que en el contexto de la nueva evangelización y de la opción por las periferias existenciales la «actitud del padre Cícero acogiendo a todos, especialmente a los pobres y sufrientes, aconsejándolos y bendiciéndolos, constituye sin duda alguna una señal importante y actual».

El padre Cícero encarna el tipo de cura adecuado a la fe de nuestro pueblo, especialmente nordestino. Existe el cura de la institución parroquia, centrada clásicamente en el sacerdote, los sacramentos y la transmisión de la recta doctrina mediante la catequesis. Es un tipo de Iglesia que se autofinaliza, con escasa incidencia social en términos de justicia y defensa de los derechos humanos, especialmente de los pobres.

Entre nosotros surgió otro tipo de cura, como el padre Ibiapina (1806-1883), que fue magistrado y diputado federal y abandonó todo para ponerse como sacerdote al servicio de los pobres nordestinos, como el padre Cícero, fray Damián o el padre José Comblin entre otros. Ellos inauguraron otro tipo acción religiosa junto al pueblo. No niegan los sacramentos, sin embargo es más importante acompañar al pueblo, defender sus derechos, crear por todas partes escuelas y centros de caridad (de atención), aconsejarlos y reforzar su piedad popular. Ese es el tipo de padre adecuado a nuestra realidad que el pueblo aprecia y necesita.

Ese era también el método del padre Cícero, que lo desarrollaba de tres maneras: primero conviviendo directamente con el pueblo, saludando y abrazando a todos; luego visitando todas las casas de los lugares, bendiciendo a todos, la cría de los animales y las plantaciones; finalmente, orientando y aconsejando al pueblo en las predicaciones y novenas; al anochecer reunía a la gente delante de su casa, daba buenos consejos y orientaba al aprendizaje de todo tipo de oficios para que se hicieran independientes.

En este contexto el padre Cícero se anticipó a nuestro discurso ecológico con sus 10 mandamientos ambientales, válidos hasta el día de hoy (“no derribes ni un solo árbol” etc.).

El padre Comblin, eminente teólogo, devoto del padre Cícero, que quiso ser enterrado al lado del padre Ibiapina, escribió con acierto: «El padre Cícero adoptó amorosamente a los pobres e hizo suya la causa de los nordestinos oprimidos, dedicándoles incansablemente 62 años de vida. Y el pueblo pobre lo reconoció, lo defendió, lo consagró, y continuó expresándole su devoción, porque vio en él al Padre de los Pobres. Anticipó en muchos años las opciones de la Iglesia en América Latina. Es imposible negarle la sincera opción por los pobres, como dijo uno de ellos: «Mi padrino es padre santo/como él no hay otro igual/ pues todo lo que recibe/ todo en limosna lo da» (El Padre Cícero de Juazeiro, 2011, p.43-44).

Curiosamente, si recogemos los numerosos pronunciamientos del papa Francisco sobre el tipo de cura que proyecta y quiere, veremos que el padre Cícero se ajusta de maravilla al modelo papal. No hay espacio aquí para presentar la abundante documentación que se encuentra en mi blog (www.leonardoboff.wordpress.com) y recoge mi intervención en Juazeiro: “El Padre Cícero a la luz del Papa Francisco”.

El Papa Francisco ha dicho repetidas veces que el sacerdote «debe tener olor a oveja», es decir, debe ser alguien que está en medio de su “rebaño” y camina con él. Cito solo dos textos emblemáticos, uno dirigido al episcopado italiano el 16 de mayo de 2016 donde dice: «el sacerdote no puede ser un burócrata sino alguien capaz de salir de sí mismo caminando con el corazón y el ritmo de los pobres». El otro, a los obispos recién consagrados el día 18 de septiembre de 2016: «el pastor debe ser capaz de escuchar y de encantar, y atraer a las personas con amor y ternura».

Estas y otras cualidades fueron vividas profundamente por el padre. Cícero, considerado el Gran Patriarca del Nordeste, el Padrino Universal, el Intercesor ante Dios en todos los problemas de la vida, el Santo cuya intercesión nunca falla. Los romeros y devotos saben de eso. Y nosotros secundamos esa convicción.

*Leonardo Boff é articulista del JB online y escribió La nueva evangelización: la perspectiva de los pobres, Sal Terrae 1991.

Traducción de Mª José Gavito Milano

Un prete con odore di pecora: il padre Cicero Romão Batista

Nei giorni 20-24 marzo si è tenuto a Juazeiro, Ceará, il Vº Simposio Internazionale Padre Cicero sul tema “La riconciliazione… e adesso?”. Sono rimasto sorpreso dall’elevato livello di mostre e dibattiti con la presenza di ricercatori nazionali ed esteri. È stata la riconciliazione della Chiesa con padre Cicero che ha sofferto pene canoniche pesanti, oggi discutibili, non lamentandosi mai, con un profondo rispetto per le autorità ecclesiastiche, e la riconciliazione con le migliaia di pellegrini che lo considerano un santo.
Probabilmente don Cicero Romão Batista (1844-1934) per i suoi molteplici aspetti, è una figura controversa. Ma la critica va diminuendo per fare posto a ciò che Papa Francesco, tramite il Segretario di Stato card. Pietro Parolin, in una lettera al vescovo locale Fernando Panico del 20 ottobre 2015, dice esplicitamente e cioè che nel contesto della nuova evangelizzazione dell’opzione per le periferie esistenziali “l’atteggiamento di don Cicero, accogliendo tutti, in particolare i poveri e i sofferenti, consigliandoli e benedicendoli, è senza dubbio un segno importante e attuale”.

Padre Cicero incarna il tipo di sacerdote adeguato alla fede del nostro popolo, in particolare quello del Nord-Est. C’è il padre dell’istituzione parrocchia, classicamente centrata nel sacerdote, nei sacramenti e nella trasmissione della retta dottrina per la catechesi. Si tratta di una sorta di Chiesa autoreferenziale, di scarso impatto sociale in termini di giustizia e di diritti umani, soprattutto dei poveri.

Tra di noi c’è un altro tipo di prete come il padre Ibiapina (1806-1883), che fu giudice e membro del Congresso, che aveva abbandonato tutto per mettersi come sacerdote al servizio dei poveri del nord-est, come padre Cicero, frei Damiano, padre José Comblin, tra gli altri. Loro inaugurano un altro tipo d’azione religiosa con il popolo. Non negano i sacramenti, ma la cosa più importante è essere vicini alle persone, difendere i loro diritti, creare dappertutto scuole e centri di beneficenza (di servizio), consigliare e rafforzare la loro fede popolare. Questo è il tipo di prete giusto per la nostra realtà, che la gente apprezza e di cui ha bisogno.

Questo è stato anche il metodo di padre Cicero sviluppato secondo tre modalità: in primo luogo vivere direttamene con la gente, salutando e abbracciando tutti; quindi visitare tutte le case del posto, benedicendo tutte le persone, gli allevamenti di animali e le colture. Infine guidare e consigliare le persone con sermoni e novene; al tramonto raccoglieva le persone davanti alla sua casa, distribuiva buoni consigli e le orientava ad imparare tutti i tipi di mestieri per diventare indipendenti.

In questo contesto il padre Cicero anticipava il nostro discorso ecologico con i suoi 10 comandamenti ambientali, validi fino al giorno d’oggi (“Non far cadere nemmeno un alberello”, ecc).

Padre Comblin, eminente teologo, devoto di don Cicero, che voleva essere sepolto accanto a don Ibiapina, ha scritto giustamente: “Padre Cicero ha adottato amorevolmente i poveri e sostenuto la causa dei popoli oppressi del nord-est, dedicando loro instancabilmente 62 anni della sua vita. E il popolo povero lo riconobbe, lo difese e lo consacrò, continuando ad esprimere la sua devozione a lui, perché ha visto e vede in lui il Padre dei Poveri. Ha anticipato di molti anni l’opzione per i poveri della Chiesa in America Latina. E’ impossibile negare l’opzione sincera per i poveri, come è stato detto da uno di loro: “Il mio padrino è padre santo / come non ce ne è altro uguale / perché tutto ciò che riceve / tutto lo da in elemosina” (Il Padre Cicero, Juazeiro 2011, p.43-44).

È interessante notare che se prendiamo i numerosi pronunciamenti del Papa Francesco sul tipo di prete che progetta e vuole, vedremo che don Cicero realizzò a meraviglia il modello papale. Non c’è spazio qui per portare la abbondante documentazione che è sul mio blog (www.leonardoboff wordpress.com), raccogliendo il mio intervento in Juazeiro: “Padre Cicero alla luce di Papa Francesco”.

Papa Francesco sottolinea molte volte che il prete “deve avere l’odore delle pecore”, cioè deve essere qualcuno che è in mezzo al suo “gregge” e camminare con esso. Cito solo due testi emblematici, uno consegnato all’episcopato italiano il 16 maggio 2016, che dice: “Il sacerdote non può essere un burocrate, ma qualcuno che è in grado di uscire da se stesso, camminando con il cuore e il ritmo dei poveri”. L’altro, ai vescovi consacrati il 18 settembre 2016: “il ministro dovrebbe essere in grado di ascoltare e di affascinare, e attrarre le persone per amore e tenerezza.”

Queste e altre qualità sono state vissute profondamente da padre Cicero, considerato il Gran Patriarca del Nord-Est, il Padrino Universale, l’intercessore presso Dio per tutti i problemi della vita, il Santo la cui intercessione non manca mai. I pellegrini e i devoti lo sanno. E noi assecondiamo questa convinzione.

*Leonardo Boff é articolista del JB online e ha scritto A nova evangelização: a perspectiva dos pobres, Vozes 1991.

Traduzione di Stefano Toppi e Maria Gavito

Siempre hay alguien esperando a Godot

Conocí a un hombre que hizo de todo en la vida. Dicen que había sido ateo y marxista, que llegó a ser mercenario de la Legión Extranjera francesa y que disparó contra mucha gente.

Y de pronto se convirtió. Se hizo monje sin salir del mundo. Entró a trabajar como estibador, pero todo el tiempo libre lo dedicaba a la oración y a la meditación. Durante el día recitaba mantras: “Jesús, ayúdame”, “Jesús, perdona mis pecados”, “Jesús santifícame”, “Jesús, hazme amigo de los pobres”, “Jesús, hazme pobre con los pobres”.

Curiosamente, tenía un estilo de rezar propio. Pensaba: si Dios se hizo persona en Jesús, entonces fue como nosotros: hizo pipí, lloriqueaba pidiendo el pecho, hacía pucheros cuando algo le molestaba, como el pañal mojado.

Al principio habría querido más a María, luego más a José, cosas que explican los psicólogos. Y fue creciendo como nuestros niños, jugando con las hormigas, corriendo tras los perros, tirando piedras a los burros y, bribón, levantando los vestiditos de las niñas para verlas furiosas, como imaginó irreverentemente Fernando Pessoa.

Rezaba a María, la madre del Niño, imaginando cómo ella acunaba a Jesús, cómo lavaba los pañales en el tanque, cómo cocinaba la papilla para el Niño y las comidas sustanciosas para su esposo, el buen José. Y se alegraba interiormente con tales cavilaciones porque las sentía y vivía como conmoción del corazón. Y lloraba con frecuencia de alegría espiritual.

Al hacerse monje se decidió por aquellos que hacen del mundo su celda y viven radicalmente la pobreza junto con los pobres: los Hermanitos de Foucauld. Creó una pequeña comunidad en la peor favela de la ciudad. Tenía pocos discípulos. La vida era muy dura: trabajar con los pobres y meditar. Eran solo tres que acabaron marchándose. Esa vida, así de exigente, no era para ellos.

Vivió en varios países, amenazado siempre de muerte por los regímenes militares; tenía que esconderse y huir a otro país. Ahí, tiempo después, le ocurría la misma suerte. Pero él se sentía en la palma de la mano de Dios. Por eso vivía despreocupado.

Se incomodaba con la Iglesia institucional, esa de un cristianismo apenas devocional y sin compromiso con la justicia de los pobres, pero finalmente consiguió agregarse a una parroquia que hacía trabajo popular. Trabajaba con los sin-tierra, con los sin-techo y con un grupo de mujeres. Acogía a las prostitutas que venían a llorarle sus penas. Y salían consoladas.

Valeroso, organizaba manifestaciones públicas frente a la alcaldía y animaba a las ocupaciones de terrenos baldíos. Y cuando los sin-tierra y los sin-techo conseguían establecerse, hacía bellas celebraciones ecuménicas con muchos símbolos, las llamadas “místicas”.

Todos los días, después de la misa de la tarde, se retiraba durante largo tiempo en la iglesia oscura. Solo la lamparina lanzaba destellos titubeantes de luz, transformando las estatuas muertas en fantasmas vivos y las columnas erguidas, en extrañas brujas. Y allí se quedaba, impasible, los ojos fijos en el tabernáculo, hasta que llegaba el sacristán a cerrar la iglesia.

Un día fui a buscarlo a la iglesia. Le pregunté de repente: “Hermanito, (no voy a revelar su nombre porque lo entristecería), ¿sientes a Dios cuando después del trabajo te metes a meditar aquí en la iglesia? ¿Te dice algo?”

Con toda tranquilidad, como quien despierta de un sueño profundo, me miró de medio lado y me dijo:

“No siento nada. Hace mucho tiempo que no escucho la voz del Amigo (así llamaba a Dios). La sentí un día. Era fascinante. Llenaba mis días de música. Hoy no escucho nada. Tal vez el Amigo no volverá a hablarme nunca más”.

Le respondí: “¿entonces por qué sigues ahí en la oscuridad sagrada de la iglesia?”

“Sigo”, contestó, “porque quiero estar disponible. Si el Amigo quisiera venir, salir de su silencio y hablar, yo estoy aquí para escuchar. ¿Imaginas si El quisiera hablar y yo no estuviera aquí, pues en cada ocasión viene solo una vez, qué sería de mí, infiel amigo del Amigo?”

Sí, él sigue siempre “esperando a Godot”. “Y no se mueve”, como en la obra de Samuel Beckett.

Lo dejé en su plena disponibilidad. Salí maravillado y meditando. Gracias a estas personas el mundo está a salvo y Dios continúa manteniendo su misericordia sobre los que le olvidan o le consideran muerto, según dijo un filósofo que se volvió loco. Pero existen los que vigilan y esperan, contra toda esperanza esperan a Godot. Y esta espera hará que cada día todo sea nuevo y lleno de jovialidad.

Un día el sacristán lo encontró inclinado sobre el banco de la iglesia. Pensó que dormía, pero notó que el cuerpo estaba frio y rígido.

Como el Amigo no venía, él fue a encontrarlo. Ahora ya no necesita esperar la llegada de Godot. Estará con el Amigo, celebrando una amistad, en el mayor gozo imaginable, por los tiempos sin fin.

*Leonardo Boff es filósofo, teólogo y columnista del JB online.

Traducción de Mª José Gavito Milano

Haverá sempre alguém esperando Godot

Conheci um homem que fez de tudo na vida. Dizem que foi ateu e marxista e que chegou a ser mercenário da Legião Estrangeira francesa e que atirou contra muita gente.

De repente se converteu. Fez-se monge sem sair do mundo. Foi trabalhar como estivador. Mas todo o tempo livre dedicava-o à oração e à meditação. Durante o dia recitava mantras: “Jesus, valei-me”. “Jesus, perdoai meus pecados”. “Jesus santificai-me”. “Jesus, fazei-me amigo dos pobres”. “Jesus, fazei-me pobre com os pobres”.

Estranhamente, tinha um jeito próprio de rezar. Pensava: se Deus se fez gente em Jesus, então foi como nós: fez chichi, choramingava pedindo o peito, fazia biquinho com as coisas que o incomodavam como a fralda molhada.

No começo Jesus teria gostado mais de Maria, depois mais de José, coisas que os psicólogos explicam. E foi crescendo como nossas crianças, brincando com formigas, correndo atrás dos cachorrinhos, atirando pedras em burros e, maroto, levantando os vestidinhos das meninas para vê-las furiosas como imaginou irreverentemente Fernando Pessoa.

E então rezava à Maria, a mãe do Menino, imaginando como ela ninava Jesus, como lavava no tanque as fraldinhas e como cozinhava o mingau para o Menino as comidas fortes para o esposo, o bom José. E se alegrava interiormente com tais matutações porque as sentia e vivia na forma de comoção do coração. E chorava com frequência de alegria espiritual.

Ao fazer-se monge, decidiu por aqueles que fazem do mundo a sua cela e que vivem radicalmente a pobreza junto com os pobres: os Irmãozinhos de Foucauld. Criou uma pequena comunidade na pior favela da cidade. Tinha poucos discípulos. A vida era muito dura: trabalhar com os pobres e meditar. Eram apenas três que acabaram indo todos embora. Essa vida, assim exigente, não era para eles.

Viveu em vários países, mas foi sempre ameaçado de morte pelos regimes militares e tinha que se esconder e fugir para outro país. Aí, tempos depois, lhe ocorria a mesma sorte. Mas ele se sentia na palma da mão de Deus. Por isso vivia despreocupado.

Indispunha-se também com a Igreja institucional, essa do cristianismo apenas devocional e sem compromisso com a justiça dos pobres. Mas, finalmente, conseguiu agregar-se a uma paróquia que fazia trabalho popular. Trabalhava com os sem-terra, com os sem-teto e com um grupo de mulheres. Acolhia prostitutas que vinham chorar suas mágoas com ele. E saiam consoladas.

Corajoso, organizava manifestações públicas em frente à prefeitura e puxava ocupações de terrenos baldios. E quando os sem-terra e sem-teto conseguiam se estabelecer, fazia belas celebrações ecumênicas com muitos símbolos, as chamadas “místicas”.

Mas todos os dias, depois da missa da noite, ficava enfurnado, por longo tempo, na igreja escura. Apenas a lamparina lançava lampejos titubeantes de luz, transformando as estátuas mortas em fantasmas vivos e as colunas eretas, em estranhas bruxas. E lá se quedava, Impassível, olhos fixos no tabernáculo, até que viesse o sacristão para fechar a igreja.

Um dia fui procurá-lo na igreja. Perguntei-lhe de chofre: “meu irmãozinho, (não vou revelar seu nome porque o entristeceria), você sente Deus, quando depois dos trabalhos, se mete a meditar aqui na igreja? Ele lhe diz alguma coisa”?

Com toda a tranquilidade, como quem acorda de um sono profundo, olhou-me meio de lado e apenas disse:

“Eu não sinto nada. Há muito tempo que não escuto a voz do Amigo (assim chamava Deus). Já senti um dia. Era fascinante. Enchia meus dias de música. Hoje não escuto mais nada. Talvez o Amigo não me falará nunca mais”.

Retruquei eu, “por que continua, todas as noites, aí na escuridão sagrada da igreja”?

“Eu continuo”, respondeu, “porque quero estar disponível; se o Amigo quiser chegar, sair de seu silêncio e falar, eu estou aqui para escutar. Imagine, se Ele quiser falar e eu não estiver aqui? Pois ele, cada vez, vem apenas uma única vez. Que seria de mim, infiel amigo do Amigo”? Sim, ele continua sempre “esperando Godot; e não se move” como termina a peça de Samuel Beckett.

Deixei-o em sua plena disponibilidade. Sai maravilhado e meditativo. É por causa desses que o mundo é poupado e Deus continua a manter sua misericórdia sobre aqueles que o esquecem ou o consideram morto, segundo disse um filósofo que ficou louco. Mas há os que vigiam e esperam, contra toda a esperança esperam Godot. Esta espera fará que,cada dia, tudo seja novo e cheio de jovialidade.

Um dia o sacristão o encontrou inclinado sobre o banco da Igreja. Pensou que dormia. Percebeu que o corpo estava frio e enrijecido.

Como o Amigo não veio, ele foi ao encontro dele. Agora não precisa mais esperar Godot e o seu advento. Estará com o Amigo, celebrando uma amizade, no maior entretenimento, pelos tempos sem fim.

Leonardo Boff é filósofo, teólogo e colunista do JB on line.